sábado, 19 de mayo de 2012

Ciudadano Wert.

Cuando avanzamos no solo debemos hacerlo tecnológicamente, modernizando nuestros sistemas productivos o de comunicación, al mismo tiempo ha de producirse cultural y socialmente. Educar a las siguientes generaciones es un compromiso que no siempre se sabe abordar con la suficiente independencia de miras, pensando en el futuro de quienes gobernarán y de los que serán gobernados. El aislamiento clásico que suponía las fronteras de cada país respecto de los limítrofes nos abocaba a sociedades que interactuaban poco entre sí y se desarrollaban basándose en principios ideológicos e incluso religiosos que conformaban un pensamiento diferenciador. A medida que el siglo XX avanzaba hacia su final las fronteras cada vez eran más difusas y las corrientes migratorias mucho más importantes ya que no solo se debían a las tradicionales condiciones de necesidad en sus comunidades de origen, sino que también aparecían aquellos que se movían por otros motivos de carácter más voluntarios. Ya no resulta tan extraño ver en nuestro entorno matrimonios interraciales, adopciones internacionales o multitud de confesiones religiosas; la universidad y sus becas de estudios dentro o fuera del país de origen (Séneca, Erasmus...) conlleva una interculturalización de los pueblos, cuestión que aporta siempre aspectos positivos.

Para afrontar con coherencia este nuevo estilo de vida "sin fronteras", globalizado, debemos adecuarnos a convivir en sociedades cada vez más complejas y multiculturales. Evitar comportamientos de connotaciones racistas, homófobos, discriminatorios o sexistas son fundamentales para evitar conflictos e involución, cuestiones que nunca deberíamos permitir ya que sólo significarían retroceso. Educar a los que formarán las siguientes generaciones  en los principios de igualdad, respeto o convivencia, así como inculcarles en la lucha por evitar la desigualdad social y la promoción de los derechos y libertades debe ser nuestra máxima.

Puede ser que una asignatura integrada en estos últimos años en los diferentes ciclos formativos, como es "Educación para la Ciudadanía" no sea perfecta, pero pone las bases de ese pensamiento integrador y no rupturista que forma a ciudadanos. Por supuesto no es adoctrinadora ya que promueve el respeto colectivo y la libertad individual. Pues parece ser que ese modelo no sirve ahora para un gobierno que va a intentar adoctrinarnos, estos sí que lo van a hacer, en ideas como que ser homosexual es una enfermedad y se cura, que un aborto es un delito, que los matrimonios válidos solo son de hombre y mujer, etc, etc, etc. Añoran aquella trasnochada ya "reserva espiritual de occidente" como consideraban en los años de dictadura a España, sujeta por igual a los poderes políticos y a los religiosos. Y, claro, a nadie le gusta que le usurpen poder y aquellos que visten sotanas con adornos de colores vistosos y anillos de oro, su jerarquía, desean imponer el criterio católico a una sociedad cada vez más laica, cuya libertad de las ataduras eclesiásticas se había logrado progresando, no quedándonos detrás de aquellos que seguían avanzando en nuestro entorno geográfico como sociedades modernas. Un pueblo libre, culto y formado es un pueblo "peligroso" para quienes gobiernan desde el sentido de la imposición y, precisamente ahora, estos defensores a ultranza de ciudadanos sometidos tienen al frente a los que quieren dar pasos atrás, a los que quieren devolvernos al pasado.

No me gusta su puesta en escena, no me gusta su actitud, así como tampoco me gusta su política al frente de un ministerio de tanta importancia como Educación. Seguir el dictado de su ideario será formar ciudadanos que no sepan respetar a los diferentes, que no sepan convivir con las ideas de los demás sin crear conflictos, supondrá aumentar la discriminación por razón de sexo, religión o pensamiento. En definitiva será no prepararlos para esa sociedad del siglo XXI de la que tanto nos gusta alardear. Por todo ello...




¡No me gustas ciudadano Wert!

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