domingo, 29 de abril de 2012

Echo

Antiguas leyendas swahilis y árabes hablaban de una gran montaña en el interior, en cuya cumbre vivía un dios que castigaba a quienes se atrevían a subir de una forma terrible: les paralizaba pies y manos; los habitantes de la costa, con un benigno clima tropical, no tenían otra forma de explicar las consecuencias de la congelación. Y es que esa montaña no era otra que el Kilimanjaro que con sus casi 6.000 metros de altitud domina el paisaje durante muchos kilómetros alrededor. Las mejores panorámicas del Parque Nacional de Amboseli suelen tener como fondo el majestuoso monte de cimas nevadas a pesar de no encontrarse dentro de sus límites, ni siquiera se encuentra en Kenia sino en la limítrofe Tanzania. 


A los tanzanos puede que les pase como a los brasileños con las cataratas de Iguassú, en su frontera con Argentina; los mejores saltos se hayan del lado de Brasil... Pero para verlos en su grandiosidad hay que hacerlo desde el país vecino. Amboseli tiene unos 400 km2 y se localiza en el interior de otra gran reserva mucho mayor, la del pueblo Maasai, que ha visto como poco a poco fue perdiendo los territorios que ocupaban libremente hasta la llegada y colonización de los blancos. En Amboseli, la escritora y naturalista americana Cynthia Moss descubrió a poco de nacer a una elefanta, Echo, que se convertiría en su gran pasión.; la siguió, estudió y documentó durante los 40 años que vivió hasta la muerte en el año 2009 en medio de una de las mayores sequías de esta zona keniata. Su trabajo estuvo complementado por la filmación que realizó de la vida de Echo el fotógrafo Martin Colbeck desde 1990 y que se usó en la realización de hasta cuatro documentales sobre los elefantes. Hoy he visto en National Geographic Channel un documental donde se resume este trabajo, con las imágenes tomadas durante todo ese tiempo; su familia, sus descendientes, su lucha por la supervivencia en condiciones a veces extremas, la defensa de su grupo y los conocimientos que iba trasmitiendo a las siguientes generaciones de elefantes que como matriarca protegía con su porte de 3,5 toneladas de peso.

En países como Sudáfrica, Bostwana, Zimbawe y Tanzania la caza de elefantes está regulada y autorizada en determinadas circunstancias. Pero tras la contemplación de unas imágenes como las que ofrece este documental cuesta comprender como alguien, sea ciudadano de a pie o rey, coja en sus manos un rifle y de un certero disparo en la frente acabe con la vida de un animal tan grandioso. Ir año tras año en su busca, pasando horas y horas observándolos desde el Land Rover mientras comen, beben o recorren la senda debe ser como cuando nos acercamos a la costa y desde un acantilado perdemos la vista en el horizonte con el rumor de las olas de fondo: simplemente nos da vida. El dinero y el poder no puede servir para conseguir cualquier capricho, sea legal o no. La caza no es un deporte, es una actividad degenerada de cuando era una necesidad del ser humano para conseguir comida entre los animales que le rodeaban. En la actualidad la carne necesaria para alimentarnos provienen sin problemas de explotaciones ganaderas y se sacrifican mediante sistemas homologados para tal fin.

No podemos recurrir a la tradición para justificar la manía de ponerse delante de un bello animal y matarlo de un disparo, privándonos a los demás de su contemplación en su hábitat natural, como tampoco podríamos usar esa excusa para mantener costumbres ampliamente superadas por el hombre, como la quema de brujas o los espectáculos romanos con fieras y cristianos... 

Cuando nos referimos a la "vida salvaje" creo que deberíamos hacer referencia a los del rifle y no al elefante, leopardo, búfalo, etc.








1 comentario:

  1. Me encantó esta entrada y felicitaciones también por "La curación de un gay". No dejes de escribir.
    La primera seguidora.

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