lunes, 23 de abril de 2012

El Titanic.

El pasado día 14 se celebraban los 100 años de la colisión del Titanic contra un iceberg al sur de las costas de Terranova, sólo 4 días después de su partida en viaje inaugural desde el puerto de Southampton. En la madrugada ya del 15 se hundía en las gélidas aguas del Atlántico Norte, llevándose consigo al fondo a 1.517 personas. Ese gigante, insumergible como se vaticinaba, disponía del más avanzado sistema de telegrafía de la época, un maravilloso casco con mamparos herméticos y secciones independientes, piscina cubierta, ascensores, baño turco, cancha de squash y una lista interminable de elementos decorativos de gran lujo, entre los que se encontraban muchísimas obras de arte. Todo esto estaba disponible solo para los pasajeros de primera clase.
Y es que este barco y la época que se vivía, 1912, eran sinónimos de clases, privilegios, grandes diferencias sociales y cuantos matices se nos puedan ocurrir para segregar y separar a los ricos y pudientes de los obreros y clases bajas. De hecho, era tan complicado acceder desde las cubiertas inferiores y se les cerró tantas puertas y escaleras que, unido a la insuficiente cantidad de botes salvavidas (recuerden que era "insumergible"), una gran parte de los fallecidos eran pasajeros de tercera clase.
A medida que iba escribiendo estas frases que ahora puedes leer, más claro tenía la similitud del relato de la tragedia del Titanic con lo que estamos viviendo; es como si todos los avances que la sociedad había logrado en apenas 100 años de evolución se empezaran a desvanecer. No hablo de paises sumidos aún en atrasados sistemas sociales y económicos, me refiero al llamado primer mundo, donde parece que nos encuadramos nosotros. Vuelven las clases, aunque nunca se fueron del todo si parecían algo difuminadas y dispersas, regresan los privilegios de quienes tienen frente a los que tienen poco. Unos pocos están ahora mismo viajando en esos lujosísimos camarotes, rodeados de todas las comodidades y servicios exclusivos; entre ellos se ha instalado un grupo, también con poder, no tanto del dinero como del status conseguido; son nuestra clase política. Luego estamos los demás, la mayoría; nosotros somos esos de tercera clase, abajo del todo en el barco, sin lujos, sin ventilación, sin salones pomposos ni obras de arte en los baños. Para nosotros no son los baños turcos ni la pista de squash, ni por supuesto la piscina cubierta ni la banda de música que ameniza esas opíparas cenas del Titanic.

El iceberg cada vez está más cerca y posiblemente lleguemos hasta su latitud en mitad de una noche muy oscura, sin luna. Es muy probable que la economía, perdón el barco, colisione sin remedio contra él. El iceberg puede ser los famosos mercados, la nefasta gestión de la crisis o la inoperancia de nuestros gobernantes, qué más da, el resultado va ser el mismo, una colisión y posterior naufragio. Al rescate vendrán algunos, más lentamente de lo que hubiésemos querido, pero es que nuestro barco no trasmitía con su avanzado sistema de telegrafía las  señales de socorro hasta muy tarde ya. Como recordarán no habían suficientes botes a bordo para todos los pasajeros y, como también recordarán, poder llegar hasta la borda desde las cubiertas inferiores y alcanzar alguna plaza en uno de ellos era tarea casi imposible para los pobres, los emigrantes, los obreros, todos ellos que iban en el barco en busca de un futuro mejor.
No voy a cerrar este comentario diciendo quienes morían ahogados, ya que eso es más que evidente; ni tampoco voy a decir quienes fueron los causantes de la colisión y naufragio de este imponente "Titanic",que se había construido para llevarnos a todo a la "tierra prometida", porque eso es mucho más evidente aún. Pobres de nosotros; no lo merecíamos, pero nos lo buscamos entre todos.












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