Hay cosas que difícilmente se pueden cambiar, o al menos hay que dedicarles un gran esfuerzo y tiempo. España nunca se ha distinguido por ello, por lo del esfuerzo, más bien tenemos esa imagen exterior de pueblo fiestero y de siesta, toros y olé. Es un estereotipo y como tal no demasiado exacto, pero no podemos ocultar que somo un país de pandereta. Empezando por nuestra clase dirigente, ese enorme grupo de políticos, vividores de la cosa pública, que desde cualquier institución, municipal, autonómica o nacional, manejan las cuentas con una opacidad y generosidad "personal" como mínimo poco fiable. Cuando peor lo estamos pasando, cuando la economía no deja de darnos malas noticias y los ojos de toda Europa se fijan cada vez más en nosotros, los de la que realmente dirige este continente, va el gobierno dejando un rastro de mala gestión, de uso partidista del poder, sin importarle demasiado ese bien común que tanto dicen defender.

Está claro que no tenemos un Presidente a la altura de las circunstancias y es posible que en su partido no haya nadie con la suficiente entereza política como para asumir ese cargo ahora mismo. Solamente dando una imagen interior y exterior de confianza se podría afrontar la crisis con cierta posibilidad de lograr la meta: salir del agujero donde hemos caído. Sigo pensando, cada día con más convicción, de que España solo tenía un camino, el de la convergencia, el de la unidad de sus partidos políticos con más peso (PP y PSOE) y de algunos otros con representación nacional en un frente común de salvación nacional. La publicidad nos ofrece la fórmula, habría que abrir un paréntesis, un kit-kat, sin traspiés, sin intereses partidistas, sin complacencia hacia la corrupción, buscando juntos la manera de eliminar los vicios y malas gestiones y aumentar el trabajo y la racionalidad; todo ello con y para el pueblo, sin ningunear ni pisotear los derechos y libertades de sus ciudadanos. Pero, claro, nuestro país de amiguismo, de intereses empresariales, de pandereta, no deja opciones. Aquí prevalece el "si caemos caemos todos".
Tras ese período abierto de esfuerzo común y tras haber alcanzado la meta de estabilizar la desastrosa economía nacional, vendría la normalización de la política, nuevas elecciones, otro gobierno, fortalecido por el esfuerzo desempeñado, daría igual que fuera de derechas o de izquierdas para empezar ya que lo importante sería poder volver a empezar. Pero eso es un sueño, una de tantas utopías inalcanzables en España; aquí nunca ha prevalecido el interés general sobre el interés partidario, entre otras cosas porque la política siempre, siempre, ha sido utilizada como catapulta personal y no para desempeñar un trabajo en pro de la sociedad. Da envidia ver como prosperan otros países analizando su problema y poniendo soluciones coherentes sobre la mesa. Si hay que sentar a decenas o cientos de políticos, banqueros y empresarios en los banquillos de la Justicia se hace; pero, en nuestro caso, esos políticos, banqueros y empresarios son amigos, compañeros de partidos o de viajes o de cacerías y, claro, eso en un país de pandereta no podemos llevarlo a cabo.

Podríamos a la vista de todo esto enviar un mensaje, un ruego, al Presidente español:
Señor Mariano Rajoy, échele huevos, sea valiente, demuestre que puede ser honesto y gánese por fin el respeto de su pueblo. Creo que ese pueblo se merece algo mejor que lo que se está haciendo con él, con nosotros.
P.D.
Muchos de nosotros, cientos de miles seguro, nos acordaremos de esta época y ni olvidaremos ni perdonaremos lo que haya ocurrido.