sábado, 10 de noviembre de 2012

Mi envidia americana.

Nunca he sido muy defensor de EEUU (escribiéndolo así acabo de recordar al infame Urdaci leyendo ccoo en vez de Comisiones Obreras, en el Telediario de TVE para cumplir una justa sentencia judicial en contra del ente público), no tanto por el país en si que me parece encantador, otro pequeño continente cargado de bellezas naturales y espectaculares ciudades como pueda ser Australia, sino más bien es por sus ciudadanos y la manera de ver al resto del mundo. La nación más poderosa -con el permiso de China, por supuesto- se ha emcargado siempre de sembrar conflictos, manipulaciones políticas y golpes de estado a diestro y siniestro, con lo que se ha ganado una merecida fama de "meterse donde no le llaman", así como ciertas enemistades peligrosas y radicales. A pesar de ello, hay que reconocer que han construido un país perfectamente adaptado a su forma de ser como pueblo. Es algo así como esos modelos "raros" en el mundo del automóvil, o gusta mucho o es repudiado, pero a nadie deja indiferente. Políticamente también han marcado su especial estilo de construir una democracia: es bipartidista y su sistema electoral complejo, aunque práctico.


Tras estas últimas elecciones a Presidente, marcadas por un casi continuo empate en las encuestas de intención de voto y la mayor utilización que se recuerda hasta ahora de las redes sociales, han habido declaraciones de una importancia política nunca vista. La retrasada hasta el límite comparecencia del derrotado Mick Romney felicitando al vencedor no se diferencia mucho de cualquier proceso electoral español; estamos acostumbrados a ver esas felicitaciones entrecomilladas cuando no queda más remedio que darlas al adversario que ha salido airoso en las urnas. Pero hay unas declaraciones que no podemos dejar pasar de largo como una anécdota más; John Boehner, Presidente de la Cámara de Representantes USA y republicano es el protagonista de las mismas. En ellas, aludiendo a las negras espectativas económicas que se vaticinan sobre Estados Unidos en 2013, dirigiéndose al reelegido Obama le dice: "...no se trata de ser demócratas y republicanos, ahora se trata de ser americanos". ¡Zas en toda la boca!, como diría Sheldon, el friki-científico protagonista de la serie de tv "Big Bang"; ahí si que duelen ese tipo de declaraciones si las extrapolamos a nuestra querida España -esa que acabamos de conocer que la censura franquista hizo cambiar la letra a la cantante Cecilia-. Los americanos acaban de dar un lección de corporativismo nacional, dejando a un lado las lógicas disputas partidistas para aunar esfuerzos en la búsqueda de la salvación de la economía del país frente al abismo.


La envidia me corroe y creo que por primera vez en mi vida me hubiese sentido muy orgulloso de ser americano, americano de USA; mi país se acerca cada día más al borde del precipicio y nuestros políticos, los que gobiernan y los que se oponen, colaboran en empujarlo poco a poco, centímetro a centímetro, a ese abismo al que Boehner, tendiendo la mano a Obama, se niega a caer. Aquí, en España, verán desde arriba estúpidamente como caemos sin remedio en el desastre total... Eso sí, mientras siguen echándose la culpa unos a otros. Es una lástima que no tengamos ese tipo de dirigentes y representantes del pueblo, capaces de aparcar por un tiempo la lucha de partidos para formar "piña" y salvan una nación. No es la primera vez y me parece que no será la última que me refiera a ese sueño que ronda la cabeza de cientos de miles, quizás algunos millones, de conciudadanos que piensan como yo, que sólo la unión de PP, PSOE y los demás partidos del arco parlamentario nos llevarían de verdad por la senda correcta. Lo que ocurre es que España no es los Estados Unidos de Norteamérica y nuestros políticos no son como los suyos, por desgracia, al menos en estos asuntos. Cuando al rival que ha ganado en las elecciones se le dice que lo que se espera es que lidere al país para poder seguirle, solo puede darnos envidia, mucha envidia.

Aquí les gusta más sacarnos la piel a tiras, defender a los banqueros aunque nos hayan llevado a la ruina económica, arropar a los corruptos bajos las alas del partido, no parar los inhumanos desahucios a miles de familias sin recursos, o viendo cómo se pasan por extraviados algunos Ipads al Senado -quizás para tener dos o ceder el anterior a alguien cercano, que más da el motivo- y miles de etcéteras que si seguimos enumerando sólo nos dará más rabia e impotencia y muchas ganas de montar en las plazas públicas de pueblos y ciudades guillotinas, cual moderna revolución francesa.

 La suerte, por llamar de alguna manera a la maniobra genética de nuestra concepción, nos hizo nacer en esta época, en este lugar y en estas condiciones; es más o menos como nos ocurre tras cada sorteo de alguna lotería o juego de azar en el que hayamos participado y, por supuesto, perdido ese maravilloso bote de millones con el que soñamos solucionar todos los males: ¡Qué mala suerte tengo! Pues eso, qué mala suerte tenemos para algunas cosas al ser españoles. Esta semana, tras el martes 6, yo quise ser norteamericano... Qué le vamos a hacer.

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